En el día de lucha contra el acoso, la Representante Especial del Secretario General insta a actuar sin dilación para poner fin a este tormento que afecta la vida de los niños
Proteger a los niños del acoso y otras formas de violencia en las escuelas no es solo un imperativo ético o un objetivo loable de las políticas de educación: es una cuestión de derechos humanos.
Como ya sabemos, la violencia en las escuelas afecta los derechos del niño a no ser discriminado, a recibir una educación inclusiva y pertinente, a gozar del más alto nivel posible de salud, a ser escuchado y a que su interés superior sea considerado como el principal criterio en la toma de decisiones que afecten su vida. Estos son derechos consagrados en la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, que está en vigor en prácticamente todos los países del mundo.
El derecho de los niños a ser protegidos de la violencia ha pasado a ser una dimensión fundamental de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible adoptada por la comunidad de naciones en 2015. Es la primera vez que la agenda de desarrollo reconoce como prioritaria la eliminación de todas las formas de violencia contra los niños en todos los países (meta 16.2 de los ODS). Y en ella se pide que se promueva una cultura de paz y no violencia mediante la educación y que se creen entornos de aprendizaje seguros para todos.
Nos encontramos ante un hito histórico. Pero este solo tendrá repercusión si unimos fuerzas para avanzar rápidamente y hacer realidad este objetivo para todas las niñas y los niños. El tiempo no se detiene y la complacencia es un lujo que no podemos permitirnos. Es fundamental que actuemos con un gran sentido de urgencia.
Gracias a los sólidos datos y estudios de que disponemos y las desgarradoras historias vividas por niñas y niños en todo el mundo, sabemos que, de las diversas formas de violencia que los afectan en sus escuelas y comunidades, el acoso es su principal preocupación. De hecho, en la mayoría de los casos, es la razón por la que los niños recurren a una línea telefónica de ayuda. Esto se pone de relieve en las encuestas realizadas a niños en edad escolar y despierta un interés especial de los jóvenes en las encuestas de opinión realizadas a través de los medios sociales.
Así lo indican las conclusiones del U-Report, un sondeo de opinión que hemos llevado a cabo con el UNICEF en los medios sociales entre más de 100.000 niñas, niños y jóvenes de distintas partes del mundo: nueve de cada diez entrevistados consideraban que el acoso es un problema grave; dos tercios de los encuestados declararon haber sido víctimas de acoso, y un tercio afirmó haberlo mantenido en secreto, no saber a quién contárselo o tener miedo a hacerlo.
Conscientes de este profundo malestar y decididas a encontrar soluciones sostenibles a este problema, las Naciones Unidas propusieron elaborar uninforme sobre el acoso y el ciberacoso que ofreciera recomendaciones claras sobre cómo actuar en este ámbito. Mi oficina se encargó de coordinar este importante proceso y el informe se presentó a la Asamblea General en octubre de 2016. Para respaldar este proceso, también publicamos otro informe sobre el acoso escolar y el ciberacoso titulado “Ending the Torment: Tackling Bullying from the Schoolyard to Cyberspace”. Tanto nuestro estudio como el informe de las Naciones Unidas dibujan un panorama sombrío e inquietante. Nos recuerdan que el impacto de cualquier forma de violencia en el desarrollo y bienestar de los niños es generalizado, grave y duradero. Asimismo, ponen de manifiesto que el acoso y el ciberacoso también aparecen acompañados de un profundo sentimiento de temor, soledad y desamparo.
El acoso es un patrón nocivo de comportamiento agresivo que se repite en el tiempo. Y a menudo forma parte de un proceso continuo, un tormento que afecta al niño en diferentes momentos y en diferentes entornos: desde el patio de escolar hasta el barrio y cada vez más en el mundo cibernético.
De hecho, en vista del creciente número de jóvenes que tienen acceso a las tecnologías de la información y las comunicaciones, el ciberacoso se ha convertido en fuente de especial preocupación. La difusión de rumores y la publicación de información falsa, los mensajes hirientes, los comentarios o las fotos embarazosos, o la exclusión de las redes virtuales pueden resultar especialmente traumáticos para los jóvenes. El anonimato característico del mundo digital puede ser un factor agravante. Otro aspecto particularmente problemático desde la perspectiva de las víctimas es que el ciberacoso puede darse en cualquier momento del día o de la noche, y llegar rápidamente a una audiencia muy amplia, por lo que representa un riesgo constante y genera honda ansiedad y sufrimiento.
El acoso socava la salud, el bienestar emocional y el rendimiento escolar de los niños, y las cicatrices que quedan pueden persistir en la edad adulta. Aunque el blanco de estos ataques sean las víctimas, los acosadores también padecen sus consecuencias negativas. Y es habitual que los testigos del acoso, silenciosos o cómplices, duden o tengan miedo a la hora de intervenir, lo que pone en riesgo el clima general en la escuela y degrada el entorno de aprendizaje.
Aunque todos los niños pueden ser víctimas de acoso, algunos lo son con más frecuencia que otros. El acoso se ceba a menudo con los niños con discapacidad, los niños en tránsito, los que provienen de entornos desfavorecidos o los que no van a la escuela. Los niños marginados por su apariencia física o porque se considera que tienen una orientación sexual o identidad de género que difiere de lo que se considera la norma corren un riesgo todavía mayor. De hecho, el acoso y la violencia en la escuela están asociados a la violencia de género, una constante presente en las actitudes no explícitas, subconscientes u ocultas que fomentan los estereotipos de género y que afectan de forma diferente a niñas y niños, tanto si son víctimas como si son acosadores. Basándose en la considerable experiencia adquirida por los países y en las pruebas aportadas por expertos en la materia, el informe de las Naciones Unidas ofrece una serie de recomendaciones estratégicas que pueden servir de orientación para prevenir y afrontar este fenómeno.
Primero, tenemos que aprender y enseñar a empatizar, además de crear una cultura de respeto por los derechos de la infancia y de tolerancia cero del acoso. Urge educar a los adultos, en particular a progenitores, cuidadores y profesores, que muchas veces no saben reconocer los indicios de acoso por muy evidentes que sean; que no alcanzan a entender el tormento que ocasiona este tipo de actos o que simplemente lo interpretan como un mero rito de iniciación.
Segundo, es preciso enseñar a progenitores, cuidadores y profesores a reconocer los indicios y cómo actuar en este tipo de situaciones. Necesitan mejorar sus dotes de comunicación para ayudar a las niñas y niños víctimas de acoso; y apostar por técnicas no violentas de crianza y disciplina para que los niños aprendan comportamientos positivos y para impedir cualquier acto de agresión, intimidación o maltrato.
Tercero, las niñas y los niños tiene que ser el centro de estas iniciativas. Deben sentirse empoderados para prevenir y afrontar el acoso. Y hay que adoptar medidas especiales para proteger a las niñas y niños que se encuentran en situación de riesgo. Es esencial que los niños participen, como alumnos y como ciudadanos digitales, en los debates y las iniciativas de lucha contra el acoso; hay que enseñarles a responsabilizarse de sus actos e inculcarles el respeto hacia los demás; y reforzar sus aptitudes y su confianza para que puedan plantar cara al acoso y se sientan seguros y acompañados, proporcionándoles acceso a mecanismos mediante los cuales puedan asesorarse, denunciar o presentar quejas cuando se produzcan este tipo de incidentes.
Cuarto, los enfoques que abarcan a toda la escuela y toda la comunidad son fundamentales para impulsar la participación y el compromiso genuino de todos los interesados; para trabajar unidos por la seguridad de los niños; para defender los derechos humanos y promover la tolerancia y el respeto de la diversidad; para intervenir sin dilación siempre que se observen comportamientos violentos y vigilar cómo va evolucionando la situación y cuáles son sus repercusiones.
Quinto, la responsabilidad del Estado en el ámbito de los derechos y la protección de la infancia debe traducirse en actuaciones sostenidas en el tiempo y respaldadas por un marco político integral, bien coordinado y dotado de recursos suficientes, y por leyes adecuadas para reconocer, prevenir y afrontar el problema del acoso en las escuelas. Hay que evitar a toda costa que los niños sean acosados una y otra vez, y que con ello se agraven aún más su alienación y su resentimiento; y, por supuesto, también es preciso crear instituciones y servicios que inspiren suficiente confianza a los niños para que recurran a ellos cuando necesiten consejo y ayuda.
Asimismo, es esencial invertir en investigación y dedicar mayores recursos a la recogida de datos fiables y desglosados: esto permitirá visibilizar el acoso, facilitar la toma de decisiones y la formulación de políticas con una base empírica, y modificar a largo plazo las actitudes y comportamientos que ponen a los niños en situación de riesgo. El informe de las Naciones Unidas insiste en la necesidad de seguir trabajando en este sentido para desarrollar indicadores comparables a nivel internacional y métodos de seguimiento y subsanar las lagunas de conocimiento existentes en áreas que hasta ahora se han pasado por alto. Esta información será indispensable para arrojar luz sobre la verdadera escala y repercusión del acoso y sus víctimas.
Estas medidas son urgentes a la vez que viables. Si aunamos fuerzas, la espiral de violencia que afecta a millones de niños en el mundo entero pronto será un recuerdo del pasado. Confío en que todos se sumen a esta tarea.
Marta Santos Pais
Nueva York, 4 de mayo de 2017